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Ayer, hoy y mañana.

  • Carlos A. Zertuche Zuani
  • Jul 16, 2016
  • 4 min read



Crecer por dentro




“No todo lo pasado es desechable ni todo lo vivido deja de tener vida. Lo obsoleto no es lo que acumula años, sino lo que carece de valor”.

CAZZ



Dedico este artículo a esas personas que sembraron el árbol, cuya sombra disfrutamos hoy: “Los abuelos”.




Con los años he ido asumiendo posturas que nunca imaginé. Cuando escuchaba de niño la conversación de la gente mayor, cuestionaba la sabiduría encriptada envuelta de palabras: “uno envejece cuando deja de luchar”; “la jovialidad se lleva en el corazón”; “el cuerpo cambia, el alma no”; “eres joven, mientras quieras aprender”; “no hay edad para soñar”, etc… (a mis adentros murmuraba, están viejos y no lo aceptan). Ahora que soy un joven ya mayor, entiendo los mensajes que en su momento cuestioné. Evidentemente, el paso del tiempo es inevitable, y cada etapa de la vida tiene su razón de ser. Pero el punto que quiero resaltar es: “que el ánimo y el entusiasmo no tienen edad”.


A través de los años he podido constatar la interpretación inadecuada que hacemos de la juventud y la vejez, como si existiera una relación directa de ellas con plenitud y decadencia. Esto, no me parece que sea verdad, con frecuencia observo jóvenes decadentes y ancianos en plenitud.


Me gusta ver hacia el futuro, abrazar esperanzas. Privilegio sin embargo, el aquí y el ahora. Nunca he creído que todo lo pasado fue mejor, pero últimamente reconozco, que algunas cosas sí. Insisto que lo que pierde vigencia es aquello que deja de aportar valor.


Te voy a compartir un par de reflexiones sobre actividades costumbristas del pasado, que lejos de ser reliquia, han demostrado hasta nuestros días, su valor: “El arte de escribir a mano” y “Los consejos de papá”.




El arte de escribir a mano.

Yo creo que el lápiz es como la rueda, llegaron para quedarse, podrá cambiar el material que los conforma y la tecnología que los diseña, pero uno transporta el pensamiento y la otra, a nosotros.


Cuentan que el conde Anton-Wolfgang von Faber-Castell, en un aparente arranque de locura, lanza con frecuencia lápices de la torre de su castillo al patio de adoquín, lo que simplemente quiere demostrar al mundo, es la resistencia de ese pedazo de madera y grafito que lleva su apellido. Una resistencia que ha vencido a los mercados globales y altas tecnologías. Pocas empresas en el mundo pueden presumir de un legado empresarial familiar que inició en 1761 en Alemania. El lápiz ciertamente es un producto arcaico que mantiene su valor, pues es una extensión de nuestras manos y éstas, son extensión de nuestro cerebro y corazón. Parecería que en la era digital, escribir a mano no tendría sentido, pero cada vez se documenta más científicamente (Karin James Univ. Indiana, Virginia Berninger Univ. Washington) que este tipo de actividad estimula el desarrollo cerebral. Se generan mejores ideas, se ordena el pensamiento, se retiene mejor la información, se adquiere planeación ejecutiva, se activan las áreas cerebrales donde se une la visión con el lenguaje, en fin, escribir a mano y en cursivas es una habilidad artística, es el pensamiento mismo en un canto a la belleza y a la estética.




Los consejos de papá.


Hay un menosprecio de las nuevas generaciones (personas preparadas, globales, tecnológicas, egocentristas y autosuficientes, pero que también, visualizan un futuro incierto altamente demandante y competitivo, con infinidad de problemas que ellos no crearon y que exigen solución) al consejo de los padres. Es probable que siempre haya existido esa actitud, pero en los tiempos actuales la veo magnificada. Todo cambia y cambia tan rápido, que parece que no existen verdades que resistan la moda o la novedad. ¿Dónde han quedado esas perlas de sabiduría, que transmitían los padres a su descendencia, con la vaga esperanza de ayudar a sortear los problemas de la vida? Los padres de ahora no se imponen, la relación padre e hijo parece invertida, los jóvenes mandan y los mayores eluden con frecuencia temerosos a su autoridad. Creo que antes, la opinión de los padres era más apreciada, creo también, que brindar consejos sobre la vida es algo que se debe rescatar. Sin los consejos de mis padres y de algunos sustitutos, no estaría en dónde estoy ni sería quien soy. Claro que no todo ha resultado cierto ni perfecto, pero la opinión amorosa de alguien que ha vivido, es en sí misma, una experiencia gratificante que nos hace crecer y moldear nuestra personalidad.


“Si quieres hacer algo: inténtalo, hazlo. No pueden ser más que dos los resultados posibles, y ninguno, es malo. Si las cosas salen bien, disfruta, comparte y agradece, y si no, aprende, ríe y adelante”.


Este ha sido el consejo y la señal que ha guiado mi andar por la vida, y de verdad agradezco a mi padre no haber renunciado a su autoridad afectuosa, y en un momento clave, haberme compartido su sabiduría.


Querido lector, te invito a que cultivemos estas actividades esenciales que inclusive se pueden mezclar (antes de teclear el artículo lo redacté a mano) y sin ser tu papá, pongo a tu consideración un consejo final: “Cultiva tu jardín interior y exterior. Hazlo florecer. Arregla la mesa y prepara la fiesta. Invita a desconocidos e inténtalos conocer”.


Afectuosamente, su amigo


Carlos A. Zertuche Zuani

carloszz54@hotmail.com

Julio 2016


 
 
 

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